Destacar, por último, a modo de ejemplo, cómo mientras el público norteamericano dejaba ver su atracción por el impacto de los colores básicos y la fuerza de el gesto, el espectador japonés, valoraba el carácter de sus signos, la alegría despreocupada de sus colores, y la posibilidad de sentir la cercanía del universo a través de su obra. Dos miradas y interpretaciones muy diferentes que quizá en ningún caso tampoco coincidían completamente con la propia valoración del pintor.