El miedo es una emoción que no tiene muy buena prensa. Hemos oído muchas veces que las emociones no son buenas ni malas pero, sin duda, si tuviéramos que hacer tal clasificación, la del miedo no estaría en el mismo lado que la alegría o la sorpresa, no porque sea una emoción buena o mala, sino porque es una emoción que nos resulta desagradable: el miedo paraliza, hace que nos sintamos mal, que nos repleguemos en nosotros mismos, y ¿quién quiere que sus hijos se sientan así? Junto con la tristeza o la rabia, es de esas emociones que animamos a no tener: «venga, no tengas miedo», «no estés triste» o «no te enfades».Nos pasamos media vida tratando de no tener miedo, intentando que nuestros hijos no lo sientan tampoco pero, realmente, ¿qué es el miedo? Como hemos dicho el miedo es una emoción, de hecho, es una de las llamadas «emociones básicas», y aunque hay distintas propuestas en cuanto a cuáles son esas emociones básicas, el miedo aparece en todos los listados; vamos, que no hay duda de que es una emoción «muy básica». De hecho, como el resto de las emociones básicas, no es exclusiva de los humanos, sino que es compartida con el resto de los animales. Y cuando hablamos de evolución, si algo está tan extendido, por algo será. Todas las emociones tienen una función para la supervivencia de la especie; en el caso concreto del miedo, este funciona como un sistema de alarma que nos advierte de potenciales peligros. Muchos de los miedos que tenemos hoy en día han cumplido su papel a lo largo de la evolución: el miedo a las alturas, a las serpientes, las ratas, las arañas, los leones o ante determinadas reacciones de nuestros iguales. Sentir miedo ante esas situaciones ha favorecido nuestra supervivencia, tanto que a día de hoy, en un entorno ciertamente distinto, todavía seguimos sintiendo muchos de esos miedos que sentían nuestros antepasados hace cientos de miles de años, porque los tenemos grabados a fuego en nuestro ADN